Dominicanos y otros latinos aterrados por redadas en Filadelfia

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Escrito por Iván Acosta

Hola, qué tal

FILADELFIA.- Era cerca del mediodía y, por los pasillos de un supermercado latino en Filadelfia, había unas seis personas. Rafael, gerente del súper, estaba parado frente a la vitrina con las manos en los bolsillos del mahón, mirando hacia afuera. A su lado estaba el supervisor, Josué, con los brazos cruzados sobre el pecho, observando en la misma dirección que Rafael. Josué es puertorriqueño y Rafael, dominicano.

“Eso está raro”, dijo Rafael.
“Horita estaba dando vueltas y ahora se parqueó”, respondió Josué.

En el estacionamiento había una SUV negra con los cristales oscuros. Los agentes del ICE (Immigration and Customs Enforcement) suelen moverse en vehículos sin marcas, como agentes encubiertos.

Le pregunté a Josué, mientras seguía mirando por la vitrina, si estaban pendientes de los del ICE. Señalando a Rafael, me dijo que hablara con él.

“Las ventas han bajado, la gente está escondida”, dijo Rafael.

Sus nombres reales fueron cambiados para proteger sus identidades tras los operativos antiinmigrantes que comenzaron pocos días después de que Donald Trump asumiera la presidencia de Estados Unidos.

El supermercado estaba ubicado en un estacionamiento amplio tipo drive-in, con varios negocios. Vendían yuca, batata y yautía, y de fondo sonaba reguetón.

En el norte de Filadelfia, la comunidad dominicana y la boricua se mezclan como en Santurce, Puerto Rico. En los restaurantes puertorriqueños se escucha bachata y hay muchas empleadas dominicanas. En los restaurantes dominicanos, hay empleadas boricuas y se escucha salsa. Más de 22,000 dominicanos viven en Filadelfia y, según el censo, se concentran en los mismos barrios que la mayoría de los más de 129,000 puertorriqueños: Kensington, Fairhill y Hunting Park, en la zona de North Philly.

En una oficina de trámites gubernamentales para la comunidad dominicana cercana al supermercado, había más gente que en el súper.

“La gente está viniendo a poner sus papeles al día”, dijo la encargada, sentada en su escritorio, justo al lado de dos empleadas que atendían a los usuarios a través de un plexiglás. También me pidió que no la identificara.

“La gente está asustada y nerviosa”, mencionó.

Cuando le conté que el ICE también había detenido a puertorriqueños, alzó una ceja y preguntó:
“¿Pero cómo es eso?”.

Un hombre salió del pasillo lateral de la oficina con una escoba para barrer la acera mientras decía:
“Ese hombre no tiene sentimientos”, como concluyendo una conversación que no pude escuchar. Pero no era difícil adivinar a quién se refería.

El tema más frecuente que se escuchaba ese viernes lluvioso de finales de enero en North Philly era la política de deportación masiva del gobierno de Trump.

“La oleada de actividades del primer día [de la presidencia] fue en sí misma una señal para las comunidades inmigrantes de que están siendo atacadas, pero también es un modelo para acciones futuras. La mayoría de los cambios de política anunciados en estas órdenes ejecutivas son instrucciones a departamentos o agencias federales. Algunas de ellas se ejecutaron en las primeras 48 horas; otras requerirán guías adicionales y, en las próximas semanas y meses, serán objeto de escrutinio y demandas judiciales que cuestionarán su implementación”, señala un informe del American Immigrant Council (AIC), publicado en enero.

El AIC también alerta de que algunas disposiciones de las órdenes ejecutivas no tienen otro objetivo que intimidar y confundir. Aun así, todo el que no tenga estatus legal en Estados Unidos estará en riesgo, especialmente en los primeros días de los operativos, indica el informe.

Además, el gobierno de Trump ha amenazado con quitar fondos a las “jurisdicciones santuarios” como Filadelfia, lo que podría disuadir a los gobiernos locales de continuar con su política de protección a inmigrantes. Estas jurisdicciones son ciudades que no colaboran con las agencias federales en la identificación o procesamiento legal de personas por su estatus migratorio.

El AIC advierte, además, que las políticas antiinmigrantes podrían aumentar el racial profiling, es decir, la identificación étnica o racial basada en características físicas superficiales. Una prueba de esta práctica, extremadamente subjetiva y reflejo del racismo, es que ni siquiera los puertorriqueños —ciudadanos estadounidenses desde 1917— quedaron a salvo de la primera ola de redadas del ICE.

El 24 de enero, un veterano puertorriqueño fue detenido en una planta de procesamiento de mariscos en Newark, Nueva Jersey.

El 28 de enero, agentes del ICE ingresaron a un restaurante llamado Boricua Restaurant, también en el norte de Filadelfia, con la intención de verificar la cocina. Uno de los dueños y empleado del restaurante, Rico, un expolicía puertorriqueño, no les permitió la entrada, argumentando que no tenían una orden de allanamiento firmada por un juez. Rico relató la intervención en un video que subió a Facebook junto a su socio, Héctor Serrano. En él, cuenta que uno de los agentes, al salir molesto por no haber podido entrar, comentó en voz alta que no los querían dejar pasar porque “probablemente eran indocumentados”.

Tres días después, Boricua Restaurant operaba con normalidad. Rico atendía la caja registradora, barría el piso y limpiaba las mesas antes de sentar a los clientes que hacían fila.

Las paredes del restaurante estaban decoradas con retratos tipo pop art de Bad Bunny, Jennifer López y Marc Anthony. Si los agentes del ICE hubieran leído el menú, habrían visto una sección titulada “Puerto Rico Facts”. El primer punto dice: Puerto Ricans are United States Citizens.

Intenté hablar con los dueños sobre la intervención del ICE, pero dijeron que estaban abrumados y cansados de dar entrevistas. Afirmaron que, con subir el video, ya habían cumplido su propósito de educar a la comunidad.

Las políticas antiinmigrantes también han fomentado el odio racial. El 26 de enero, un restaurante puertorriqueño en Muscatine, Iowa, amaneció vandalizado con una esvástica nazi y el mensaje «We don’t want you here PR”. Otros restaurantes latinos del área sufrieron ataques similares.

Una mujer llamada Alisa Rilla Nicols Staats fue arrestada como sospechosa y enfrentó cargos por “crimen de odio”.

A unos 40 minutos a pie del supermercado latino donde Rafael y Josué observaban preocupados la SUV negra estacionada en el parking, por Kensington Avenue y luego por Allegheny Ave, se encuentra Freddy & Tony’s, uno de los restaurantes puertorriqueños más conocidos en Filadelfia. Allí, un empleado dominicano también confirmó que las ventas habían bajado.

Para describir la situación, usó la misma expresión que su compatriota en el supermercado:
“La gente está escondida”.

De regreso a casa, la conductora dominicana de unos veintipico de años hablaba por teléfono, en voz baja, casi murmurando. En la radio sonaba Bad Bunny.

Las únicas palabras que pude distinguir, sin querer, fueron: “migración” y “papeles”.

HASTA LA PRÓXIMA, AMIGOS

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